«Yo no sé», grité sin sonido; «realmente no
sé». Si nadie viene, entonces precisamente viene nadie. A nadie hice algo malo;
nadie me hizo algo malo; nadie quiere ayudarme. Pero esto, sin embargo, no es
así. Nadie me ayuda, si no, absolutamente nadie sería preciso. Con mucho gusto
haría —por qué no— una excursión con un grupo de absolutamente nadie. Por
supuesto, a la mañana; ¿a dónde si no? ¡Cómo se apiñan estos nadie! Estos
muchos brazos extendidos transversalmente y colgantes, estos muchos pies
separados por pasos diminutos. Se sobreentiende que todos están de frac. ¡Vamos
tan bien así! El viento transita los agujeros que nosotros y nuestros contornos
plegables dejamos abiertos. En la montaña las gargantas se liberan. ¡Es un
milagro que no cantemos!
—La excursión a la montaña.
Franz Kafka.
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