Por la mañana, obstinados todavía en la duermevela que el chirrido horripilante del despertador no alcanzaba a cambiarles por la filosa vigilia, se contaban fielmente los sueños en la noche. Cabeza contra cabeza, acariciándose, confundiéndose las piernas y las manos, se esforzaban por traducir con traducir con palabras del mundo de fuera todo lo que habían vivido en las horas de tiniebla.
—Rayuela.
Julio Cortázar.
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