*

–¿Y... habló de mí? –preguntó titubeando, como temeroso de que la contestación revelase detalles que no podría soportar.
–Ya no volvió en sí, ni reconoció a nadie, desde el momento en que la dejó usted –dije–. Yace con una suave sonrisa en los labios; y en sus últimos instantes, su pensamiento volvió a los alegres días de su niñez. Su vida terminó en un dulce sueño. ¡Ojalá sea tan blando su despertar en el otro mundo!
–¡Ojalá despierte en tormento! –gritó con terrible vehemencia, dando con el pie en el suelo y lanzando alaridos en su súbito paroxismo de furor indomable–. ¡Sí, ha sido embustera hasta el fin! ¿Dónde está? No allí –en el cielo–, no ha perecido. ¿Dónde está? ¡Oh!, ¡dijiste que nada te importaban mis sufrimientos! Yo no rezo más que una oración y la repetiré hasta que mi lengua se entumezca: ¡Catalina Earnshaw, Dios haga que no descanses mientras yo viva! ¡Dijiste que te maté, pues sígueme! Sí, las víctimas persiguen a los asesinos, lo creo. Hay espíritus que andan errantes por el mundo. ¡Quédate siempre conmigo, pues, toma cualquier forma, vuélveme loco! ¡Pero no me dejes en este abismo, donde no puedo hallarte! ¡Oh, Dios!, ¡es indecible! ¡No puedo vivir sin mi vida! ¡No puedo vivir sin mi alma!

Cumbres borrascosas.
Emily Brontë.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¡Dejame tu comentario!