Había aprendido a luchar en el colegio, se le habían presentado numerosas ocasiones de practicar desde que los niños intuyeron que algo raro le ocurría a su madre. A raíz de ellos había descubierto que el objetivo de una pelea no consistía en demostrar un buen estilo, sino en obligar a rendirse al enemigo, para lo cual había que infligirse más daño del que éste causaba. Había comprendido, asimismo, que era preciso tener la voluntad de ocasionar mal y constatado que, a la hora de la verdad, pocas personas la mantenían; pero él sí la poseía.
—La materia oscura II: La daga.
Phillip Pullman.
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