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Cuando los años se suman, uno empieza a tener noción de que el tiempo se escapa, y tal vez por eso alimente el autoengaño de que escribir sobre lo cotidiano puede ser una forma, todo lo primitiva que se quiera, de frenar ese descalabro. No se lo frena, por supuesto. Nada ni nadie es capaz de sujetar al tiempo.
No obstante, hay tantos hechos e imágenes que desfilan ante nosotros (paisajes, noticias, júbilos, rostros, lecturas, sorpresas, desgracias, riesgos, fastos, muchedumbres) y en algún sentido nos cambian la vida, así sea en milésimas del rumbo prefijado. Días o meses o años después, es probable que lamentemos no haber tomado nota de esos lances y vicisitudes.

La borra del café.
Mario Benedetti.

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