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A mí me une a la perra una simpatía muy fuerte. Cuando le veo el hocico tan negro y tan fino, los ojos dorados, tan expresivos de inteligencia y devoción, no puedo sino quererla. A lo mejor acertó Ceferina cuando me dijo que soy un enamorado de la belleza. Hay en esto un punto que me preocupa: la belleza que a mí me gusta es la belleza física. Si pienso en la atracción que siento por esta perra, me digo: «Con Diana, mi señora, me pasa lo mismo. ¿No adoraré en ella, sobre todo, esa cara única, esos ojos tan profundos y maravillosos, el color de la piel y del pelo, la forma del cuerpo, de las manos y ese olor en que me perdería para siempre, con los ojos cerrados?»
La presencia de un animal cambia nuestra vida. Como si yo hubiera padecido hambre y sed de un amor total —así era, le garanto, el que me ofrecía esta perra— desde que la tuve en casa me sentí en ocasiones tan acompañado, que llegué a preguntarme si no la extrañaba menos a mi señora. Sospecho que estas dudas no eran sino otra prueba de la tendencia a la cavilación que había desarrollado… A mi señora la extrañaba con la misma ansiedad de siempre, pero la perra, con su devoción, no sé cómo decirlo, devolvía la estabilidad a mi ánimo.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

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