Mostrando las entradas con la etiqueta Adolfo Bioy Casares. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Adolfo Bioy Casares. Mostrar todas las entradas

*

Los horrores del día quedan asentados en mi diario. Escribí mucho: me parece inútil buscar inevitables analogías con los moribundos que hacen proyectos de largos futuros o que ven, en el instante de ahogarse, una minuciosa imagen de toda su vida.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

No creo indispensable tomar un sueño por realidad, ni la realidad por locura.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Nuestros hábitos suponen una manera de suceder las cosas, una vaga coherencia del mundo. Ahora la realidad se me propone cambiada, irreal. Cuando un hombre despierta o muere, tarda en deshacerse de los terrores del sueño, de las preocupaciones y de las manías de la vida. Ahora me costará perder la costumbre de temer a esta gente.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Ahora la pesadilla continúa... Mi fracaso es definitivo, y me pongo a contar sueños. Quiero despertar, y encuentro esa resistencia que impide salir de los sueños más atroces.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Todo lo que he escrito sobre mi destino —con esperanzas o con temor, en broma o en serio— me mortifica.
Lo que siento es desagradable. Me parece que desde hace mucho sabía el alcance funesto de mis actos, y que he insistido con frivolidad y con obstinación… Habría podido tener esa conducta en un sueño, en la locura…

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Iba a decir que ahí se manifestaban los peligros de la creación, la dificultad de llevar diversas conciencias, equilibradamente, simultáneamente. Pero ¿a qué vale? Estos consuelos son lánguidos. Todo se ha perdido.
 
La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

He descubierto en mí una inclinación a prever las consecuencias malas, exclusivamente. Se ha formado en los últimos tres o cuatro años; no es casual, es molesta.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

No fue como si no me hubiera oído, como si no me hubiera visto; fue como si los oídos que tenía no sirvieran para oír, como si los ojos no sirvieran para ver.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

La vi: el pañuelo de colores, las manos cruzadas sobre una rodilla, su mirada, aumentando el mundo.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia. 

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Nuestra libertad está limitada por lo que el prójimo espera de nosotros.

—«Una puerta se abre».
Adolfo Bioy Casares.

*

¿Qué hace un hombre en estas ocasiones? Envía flores. Éste es un proyecto ridículo... pero las cursilerías, cuando son humildes, tienen todo el gobierno del corazón.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Tal vez toda esa higiene de no esperar sea un poco ridícula. No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir. De pronto esto me ha parecido un letargo espantoso, inquietísimo; quiero que se acabe.

La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares.

*

Dicen que soy terco, pero de puro razonable empezaba a ceder.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

*

Es una historia tan rara que si la escribo en cuatro o cinco páginas resulta increíble. Francamente increíble. Es tan rara que se la voy a contar a otro para entenderla yo.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

*

En cuanto levanté los párpados encontré los ojos de mi señora, mirándome fijamente, como si quisiera desentrañar un secreto que hubiera en mí. La idea me hizo gracia, iba a decirle que yo no tenía secretos, pero de pronto me pareció que el secreto estaba en ella y me asusté.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

*

A mí me une a la perra una simpatía muy fuerte. Cuando le veo el hocico tan negro y tan fino, los ojos dorados, tan expresivos de inteligencia y devoción, no puedo sino quererla. A lo mejor acertó Ceferina cuando me dijo que soy un enamorado de la belleza. Hay en esto un punto que me preocupa: la belleza que a mí me gusta es la belleza física. Si pienso en la atracción que siento por esta perra, me digo: «Con Diana, mi señora, me pasa lo mismo. ¿No adoraré en ella, sobre todo, esa cara única, esos ojos tan profundos y maravillosos, el color de la piel y del pelo, la forma del cuerpo, de las manos y ese olor en que me perdería para siempre, con los ojos cerrados?»
La presencia de un animal cambia nuestra vida. Como si yo hubiera padecido hambre y sed de un amor total —así era, le garanto, el que me ofrecía esta perra— desde que la tuve en casa me sentí en ocasiones tan acompañado, que llegué a preguntarme si no la extrañaba menos a mi señora. Sospecho que estas dudas no eran sino otra prueba de la tendencia a la cavilación que había desarrollado… A mi señora la extrañaba con la misma ansiedad de siempre, pero la perra, con su devoción, no sé cómo decirlo, devolvía la estabilidad a mi ánimo.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

*

Siempre he creído que si un día estoy bajo tierra y Diana pisa mi tumba la reconozco.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

*

Por un ratito me miró como si estuviera aturdida; después me preguntó muy suavemente:
—¿Sabés por qué este mundo no tiene arreglo?
Le aseguré que no sabía. Me dijo:
—Porque los sueños de uno son las pesadillas de otro.
—No entiendo —admití.
—Sin ir más lejos, pensá en la política.
—¿Qué tiene que ver la política?
Traté de explicar la diferencia entre la política y mi apego por Diana. Me interrumpió:
—Sin ir más lejos, pensá en las elecciones y en las revoluciones. La mitad de la población está satisfecha y la otra, desesperada.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.

*

De noche el hombre piensa de manera extraña. Considera increíble todo lo que es amenaza y espanto, pero descarta sin dificultad los pensamientos que pueden calmarlo.

Dormir al sol.
Adolfo Bioy Casares.