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La aparición había alcanzado casi el rellano y, en consecuencia, se hallaba en el punto más cercano a la ventana, donde, al verme, se detuvo en seco y me miró exactamente con la misma fijeza que lo había hecho anteriormente desde la torre y desde el jardín. Me reconoció tanto como yo lo reconocí a él, y así, en el frío y débil amanecer, con un destello en los altos cristales y otro en el pulido roble de la escalera más abajo, nos miramos frente a frente el uno al otro con nuestra común intensidad. En esa ocasión era una presencia absolutamente viva, detestable y peligrosa. Pero no era ésa la maravilla de todas las maravillas; reservo esta distinción para otra circunstancia completamente distinta: la circunstancia de que todos mis temores me había abandonado por completo y que no había ahora nada en mí que me hiciera incapaz de enfrentarme y medirme con ese espectro.

Otra vuelta de tuerca.
Henry James.

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