*

[...] Se llamaban por su nombre de pila, paseaban siempre cogidos del brazo, se unían al mismo grupo de baile y no se dejaban separar; si una mañana lluviosa les privaba de otras diversiones, mantenían su resolución de verse, desafiando la humedad y el barro, y se encerraban juntas a leer novelas. Sí, novelas, pues no voy a adoptar esa poco generosa y poco política costumbre, tan común en los que escriben novelas, de denigrar con su despectiva censura las mismas manifestaciones cuyo número están ellos mismos incrementando, haciendo frente común con sus mayores enemigos al lanzar los más duros epítetos contra tales obras y no permitiendo casi nunca que las lea su propia heroína, la cual, si por casualidad coge una en sus manos, siempre hojeará sus insípidas páginas con desprecio. Porque, ¡ay!, si la heroína de una novela no es defendida por la de otra, ¿de quién puede esperar protección y consideración? ¿Cómo no vamos a sublevarnos contra esto? Dejemos que los periodistas censuren a sus anchas tales efusiones de la fantasía y ante cada nueva novela repitan los manidos y tontos argumentos con que la prensa gruñe en la actualidad. No nos engañemos entre nosotros: somos un cuerpo vituperado. Aunque nuestras producciones han gustado a más gente de modo espontáneo que las de cualquier otra corporación literaria del mundo, ningún otro tipo de literatura ha sido tan criticada.

La abadía de Northanger.
Jane Austen.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¡Dejame tu comentario!