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[...] No tengo yo la culpa de que la cosa sea así. Así es y será siempre. Este acaba de decir —señaló con la cabeza a Razumijin—que yo autorizo el derramamiento de sangre. Bueno, ¿y qué? ¿Por ventura la sociedad no está incluso excesivamente provista de deportaciones, cárceles, jueces de instrucción y penales? ¿Por qué inquietarse entonces? ¡Tocan a buscar el ladrón!...
—¿Y si damos con él?
—Ya sabe qué camino le espera.
—Por lo menos, no le falta a usted lógica. Y con la conciencia, ¿qué pasa?
—¿Qué le importa la conciencia?
—Pues sí, me importa, por humanismo.
—El que la tiene, a sufrir se ha dicho, si reconoce el error. Es su castigo, además del presidio.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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