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¿Por qué en todas las grandes ciudades el hombre está singularmente inclinado, no sólo por necesidad, a vivir y a establecerse donde no hay jardines ni fuentes, y sí suciedad, malos olores e inmundicias de toda clase?

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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¿Qué me pasa? ¿Continúo delirando, o vivo la realidad? Me parece que vivo la realidad… ¡Ahora recuerdo! ¡He de huir cuanto antes, he de huir sin falta! ¡Sin falta! Sí, pero ¿a dónde?

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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[...] No tengo yo la culpa de que la cosa sea así. Así es y será siempre. Este acaba de decir —señaló con la cabeza a Razumijin—que yo autorizo el derramamiento de sangre. Bueno, ¿y qué? ¿Por ventura la sociedad no está incluso excesivamente provista de deportaciones, cárceles, jueces de instrucción y penales? ¿Por qué inquietarse entonces? ¡Tocan a buscar el ladrón!...
—¿Y si damos con él?
—Ya sabe qué camino le espera.
—Por lo menos, no le falta a usted lógica. Y con la conciencia, ¿qué pasa?
—¿Qué le importa la conciencia?
—Pues sí, me importa, por humanismo.
—El que la tiene, a sufrir se ha dicho, si reconoce el error. Es su castigo, además del presidio.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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El sufrimiento y el dolor son siempre necesarios para la conciencia de altos vuelos y para el corazón profundo. A mi modo de ver, los hombres verdaderamente grandes han de experimentar en este mundo una pena inmensa.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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«¿Dónde he leído —pensó Raskólnikov prosiguiendo su camino—, dónde he leído lo que decía o pensaba un condenado a muerte una hora antes de que lo ejecutaran? Que si debiera vivir en algún sitio elevado, encima de una roca, en una superficie tan pequeña que sólo ofreciera espacio para colocar los pies, y en torno se abrieran el abismo, el océano, tinieblas eternas, eterna soledad y tormenta; si debiera permanecer en el espacio de una vara durante toda la vida, mil años, una eternidad, preferiría vivir así que morir. ¡Vivir, como quiera que fuese, pero vivir!... ¡Qué verdad más grande! ¡Oh, Señor, qué verdad! ¡El hombre es un canalla! Y lo es también quien así le llama», añadió un momento después.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Mentir es el único privilegio del hombre frente a las instituciones. ¡Quien miente llega a la verdad! Por eso soy hombre, porque miento. No se ha llegado a ninguna verdad sin haber mentido antes unas catorce veces, y quién sabe si ciento catorce, y eso es honroso a su modo. ¡Pero nosotros ni siquiera sabemos mentir por inspiración propia! Miente todo lo que quieras, pero miente por ti mismo, y entonces te cubriré de besos. Mentir según dicta el ingenio propio es casi mejor que decir la verdad de otro. En el primer caso, se es persona; ¡en el segundo, un loro! La verdad no se pierde; en cambio es posible machacar una vida; ha habido ejemplos. Y todo nosotros, ¿qué somos ahora? En lo que toca a la ciencia, al desarrollo, al pensar, a los inventos, a los ideales, a los deseos, al liberalismo, a la razón, a la experiencia y a todo, todo, todo, todo, todo, nos encontramos aún en la primera clase de párvulos. ¡Nos gusta nutrirnos de inteligencia ajena y nos hemos dado un atracón! ¿No es cierto?

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Cuando dos personas así se encuentran, se pasan media hora entera sin saber de qué hablar, se quedan como entumecidos uno frente a otro, permanecen sentados y uno confundido por la presencia del otro. Todo el mundo tiene de qué hablar; las damas, por ejemplo… la gente de mundo distinguida, por ejemplo, siempre encuentra tema de conversación, c’est de rigueur, pero la gente de tipo medio, como nosotros, se turna por cualquier pequeñez y es poco habladora…, la gente que piensa, quiero decir. ¿A qué se debe, amigo mío? ¿Acaso no tenemos intereses sociales, o somos tan honrados que no queremos engañarnos?

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Por naturaleza tenía un carácter burlón, alegre y pacífico; los fracasos y desgracias incesantes la habían llevado a desear y exigir furiosamente que todo el mundo viviera en paz y alegría, y que no se atreviera nadie a vivir de otro modo, de suerte que la menor disonancia en la vida, el más pequeño fracaso, la ponían inmediatamente poco menos que fuera de sí, hecha un basilisco; después de las más risueñas esperanzas e ilusiones, comenzaba a maldecir su destino, a romper y tirar lo que tenía al alcance de la mano, y a golpearse la cabeza contra la pared.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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A veces uno se encuentras con personas que le son totalmente desconocidas y se interesa por ellas desde la primera mirada, de repente, antes de haber cambiado una palabra.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Naturalmente, para una joven nada hay más peligroso que empezar a sentir lástima por alguien. Entonces comienza a querer «salvar» al desgraciado, a hacerle entrar en razón, a regenerarle, a orientarle hacia fines más nobles, a ganarle para una nueva vida y una nueva actividad; bueno, sabido es lo que se puede llegar a soñar en este sentido.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Había creído ver, en su desvarío, que el mundo entero era víctima de una terrible peste que arrancaba de las profundidades del Asia y se extendía hacia Europa. Los seres humanos estaban condenados a perecer, excepto un número, muy reducido, de elegidos. Habían aparecido unas triquinas de tipo nuevo, seres microscópicos que se introducían en el cuerpo de las personas. Pero tales seres eran espíritus dotados de inteligencia y de voluntad. Las personas en cuyos cuerpos se infiltraban se volvían en seguida endemoniadas y locas. Pero nunca, nunca, los hombres se habían considerado tan lúcidos y tan seguros de que estaban en posesión de la verdad como los apestados. Nunca habían tenido tanta confianza en la infalibilidad de sus sentencias, en la firmeza de sus conclusiones científicas, de sus convicciones morales y religiosas. Poblados enteros, ciudades y pueblos, se contagiaban de aquella locura. Estaban alarmados, nadie comprendía a los demás; cada uno pensaba que él poseía la verdad y se atormentaba al mirar a los demás, se golpeaba el pecho, lloraba y se retorcía las manos. No sabían a quién juzgar ni cómo juzgarle; no podían ponerse de acuerdo sobre lo que era el mal y lo que era el bien. No sabían a quién acusar y a quién declarar inocente. Los hombres se mataban entre sí llevados por una rabia absurda. La gente se reunía formando ejércitos enteros para combatirse, pero una vez en marcha, los ejércitos empezaban a desgarrarse de pronto, se descomponían las filas, los combatientes se arrojaban unos contra otros, se degollaban, se pasaban a cuchillo, se mordían y se comían mutuamente. En las ciudades, se tocaba a rebato a diario: se convocaba a todo el mundo, pero quién convocaba y para qué eran cosas que nadie sabía, y todos estaban alarmados. Se abandonaban los oficios más corrientes, pues cada persona presentaba sus ideas, sus reformas, y no podían llegar a un acuerdo.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Cuando uno no está bien, los sueños se caracterizan a menudo por su extraordinario detalle, su transparencia y su singular parecido con la realidad. A veces el cuadro resulta monstruoso, pero las circunstancias y el proceso de la representación suelen ser tan verosímiles y se presentan con pormenores tan sutiles e inesperados, tan en armonía desde el punto de vista artístico, con el conjunto, que, en estado de vigilia, la persona que sueña, aunque se tratara de un artista como Pushkin o Turguéniev, sería incapaz de imaginarlos. Tales sueños enfermizos se recuerdan durante mucho tiempo y dejan una profunda huella en el organismo desquiciado y excitado del hombre.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Al principio —de aquello hacía mucho— le preocupaba una cuestión: ¿por qué se descubren tan fácilmente casi todos los crímenes y aparecen de modo tan manifiesto las huellas de casi todos los crímenes y aparecen de modo tan manifiesto las huellas de casi todos los criminales? Poco a poco llegó a diversas y curiosas conclusiones. En su opinión, la principal causa radica no tanto en la imposibilidad material de ocultar el crimen, cuanto en el propio criminal. Casi siempre, el criminal, en el momento del crimen, sufre una relajación de la voluntad y de la razón, obra con sin igual ligereza infantil, precisamente en el momento en que más necesarias le son la razón y la prudencia. Estaba convencido de que tal eclipse del entendimiento y tal caída de la voluntad se apoderan del hombre como si se tratara de una dolencia, se desarrollan gradualmente y alcanzan su punto culminante poco antes de dar cumplimiento al crimen; persisten con el mismo aspecto en el instante del crimen y aún durante cierto tiempo, según los individuos; luego pasan, como pasa toda enfermedad. Aún no se sentía con fuerzas para resolver el problema de si es la enfermedad la que da origen al crimen o si es el crimen, debido a alguna particularidad de su naturaleza, el que va siempre acompañado de alguna enfermedad.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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—Lo que a mí me sulfura es otra cosa, ¿comprendes? Lo que me saca de quicio es la rutina apolillada y vulgar de las autoridades, mezquina. Y éste es un asunto que permitiría descubrir un camino completamente nuevo en la investigación. Es posible mostrar de qué modo ha de encontrarse la verdadera huella a base de datos meramente psicológicos. «¡Tenemos hechos!», dicen; pero los hechos no lo son todo. ¡Por lo menos en un cincuenta por ciento el quid está en cómo se utilizan los hechos!
—¿Tú sabes utilizarlos?
—No es posible callar cuando uno siente, como si lo palpara, que podría ayudar a aclarar el asunto.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Mientes, no tenemos sentido práctico alguno —saltó Razumijin—. El sentido práctico es difícil de adquirir y no nos cae graciosamente del cielo. Nosotros llevamos casi dos siglos sin hacer nada práctico. Ideas es posible que no nos falten —se dirigió a Piotr Petróvich—, ni buena voluntad, aunque un poco infantil. Incluso se encontrará honradez, aunque los aprovechemos brotan como setas; pero el sentido práctico nos falta. El sentido práctico avanza a paso de tortuga.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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El poder se da únicamente a quien tiene el valor de inclinarse y tomarlo. No hay más que un pero: ¿vale la pena atreverse?

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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Lo que digo es que si se convence a una persona de manera lógica de que en esencia no tiene por qué llorar, dejará de hacerlo. Está claro.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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¡Oh, Señor! ¿Es posible que no haya justicia? ¿A quién vas a defender si no a los desamparados como nosotros?

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.


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Ella retrocedió hacia la pare, con una mano adelantada, con una expresión de miedo infantil, como los niños, que miran con mirada fija e intranquila el objeto que los asusta cuando empiezan a tener miedo de algo, retroceden y, extendiendo las manitas hacia delante, se disponen a llorar.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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¿Qué es lo que más teme el hombre? Un nuevo paso, una nueva palabra suya, eso es. Pero divago demasiado. He aquí porqué no hago nada; porque divago tanto. Aunque quizá la cosa sea que divago precisamente porque no hago nada. Ha sido durante este último mes cuando he aprendido a divagar de este modo, pasándome días enteros tumbado en un rincón y pensando... en las musarañas.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.