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Al principio —de aquello hacía mucho— le preocupaba una cuestión: ¿por qué se descubren tan fácilmente casi todos los crímenes y aparecen de modo tan manifiesto las huellas de casi todos los crímenes y aparecen de modo tan manifiesto las huellas de casi todos los criminales? Poco a poco llegó a diversas y curiosas conclusiones. En su opinión, la principal causa radica no tanto en la imposibilidad material de ocultar el crimen, cuanto en el propio criminal. Casi siempre, el criminal, en el momento del crimen, sufre una relajación de la voluntad y de la razón, obra con sin igual ligereza infantil, precisamente en el momento en que más necesarias le son la razón y la prudencia. Estaba convencido de que tal eclipse del entendimiento y tal caída de la voluntad se apoderan del hombre como si se tratara de una dolencia, se desarrollan gradualmente y alcanzan su punto culminante poco antes de dar cumplimiento al crimen; persisten con el mismo aspecto en el instante del crimen y aún durante cierto tiempo, según los individuos; luego pasan, como pasa toda enfermedad. Aún no se sentía con fuerzas para resolver el problema de si es la enfermedad la que da origen al crimen o si es el crimen, debido a alguna particularidad de su naturaleza, el que va siempre acompañado de alguna enfermedad.

Crimen y castigo.
Fiodor Dostoievski.

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