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[…] a no darse por enterados de que sufría, de que quizás necesitaba una palabra de consuelo, una de esas palabras hermosas que se dicen en las novelas, pero que en la vida diaria nadie se siente capaz de pronunciar. ¡Ah, misterios de este pícaro corazón, señor mío, misterio de este pícaro corazón humano!

Rosaura a las diez.
Marco Denevi.

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