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Lo recuerdo porque estaba anotado una frase, en esa época tomé la costumbre de anotar las frases de los libros que me gustan en una libreta, una frase que decía: “para oír, hay que callar”. No sé por qué me gustó tanto. Aún hoy, que conservo la libreta, puedo leerla con mi letra temblorosa de entonces.

Los ojos del perro siberiano.
Antonio Santa Ana.

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