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Ezequiel era un gran lector, y me recomendaba libros con gran tino.
–No importa si los entendés o no; si te gustan dejáte llevar por las palabras, que sean como música en tus oídos —me decía.
En todos los libros que me prestaba yo trataba de encontrar sus rastros, el por qué le habían gustado. Tantas veces me desilusioné con gente que me prestaba o recomendaba libros que no me gustaban. Siempre, lo primero que busco en los libros son las huellas del otro, del que me los alcanza.
Los libros habían sido importantes en mi vida, y el poder compartirlos con él le daba un nuevo significado a nuestra relación.

Los ojos del perro siberiano.
Antonio Santa Ana.

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