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Contuvo el aliento, inmóvil, esperando.
Se acercaba.
Ocurriría en cualquier momento.
Era como esos días en que se espera en silencio la llegada de una tormenta, y la presión de la atmósfera cambia imperceptiblemente, y el cielo se transforma en ráfagas, sombras y vapores. Los oídos zumban, empieza uno a temblar. El cielo se cubre de manchas y cambia de color, las nubles se oscurecen, las montañas parecen de hierro. Las flores enjauladas emiten débiles suspiros de advertencias. Uno siente un leve estremecimiento en los cabellos. En algún lugar de la casa el reloj parlante dice: “Atención, atención, atención, atención…”, con una voz muy débil, como gotas que caen sobre terciopelo.
Y luego, la tormenta. Resplandores eléctricos, cascadas de agua oscura y truenos negros, cerrándose, para siempre.
Así era ahora. Amenazaba, pero el cielo estaba claro. Se esperan rayos, pero  no había una nube.

Crónicas marcianas.
Ray Bradbury.
[Traducción de Francisco Abelenda]

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