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Algunas se quejan del odio. Pero ésos ignoran que la indiferencia es más terrible que el odio. Porque el odio es como un fuego que quiere destruir, pero quiere destruir a quien considera alguien. El mismo hecho de que quiera destruirlo le hace al menos la justicia de reconocerle un valor. Pero la indiferencia no. La indiferencia es un hielo, un hielo que, mientras lo momifica, le perdona la vida, se la perdona nada más que para eso, para que usted se sienta momia, se sepa momia, en el frío y en la oscuridad de un sarcófago. La indiferencia lo convierte a usted en un cero, en esa nada de la serie aritmética, que no suma, ni resta, ni multiplica, ni divide, que no agrega ni quita y está fuera de todas las operaciones. Porque uno preferiría a veces ser un número negativo, que restase siempre, no importa, pero que, temido u odiado, entrara en los cálculos. Ah, sí, señor. Yo era para ellas esa nada, ese cero.

Rosaura a las diez.
Marco Denevi.

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