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—¡Virtud…! ¡Pura quimera! —recitó con la voz tapizada por la pena el actor—. En nosotros mismos tenemos lo necesario para ser felices o desgraciados. Nuestro cuerpo es un jardín cuyo jardinero es la voluntad. Da lo mismo que plantemos ortigas, flores, tilo o espinas; que lo adornemos con multitud de hierbas o que sembremos las especies más variadas; da lo mismo que nuestra haraganería lo deje yermo o que nuestra laboriosidad lo convierta en fecundo, siempre es nuestra voluntad la que, revestida de la autoridad pertinente, lo dirige y lo corrige todo. Si en la balanza de la vida la razón no sirviera de contrapeso a los sentidos, cometeríamos muchas atrocidades. Sin embargo, hemos sido dotados de razón para calmar el ardor de los sentidos y las pasiones que no son lícitas.

La noche de la tempestad.
César Vidal.

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